Opiniones

Nueva oportunidad para la independencia y la imparcialidad judicial

Por: Valentín Medrano Peña.

El alguacil y el presiente supremo Luis Henry Molina. Hacia una nueva cultura judicial

““Gente dispuesta a deponer miedos y superar esquemas para servir. Y es que la justicia tiene sentido cuando la ponemos al servicio de las personas”. (Luis Henry Molina). Esta frase magnífica retrata la preocupación de los que aman el derecho, y toda esperanza de justicia valiente”. (Twit).

El más elevado poder se cimenta en una relación piramidal que descansa en la base más humilde de las sociedades. Para que haya poderosos debe existir la antítesis de estos, los desamparados de poder, los humildes, los pobres.

Los pobres son los que representan el elemento de comparación y medición de las riquezas. En función de ellos y en relación a ellos se es más o menos rico. Más o menos poderoso.

Nuestra nación, como la mayoría de naciones del mundo, se rige por tres poderes separados legal y constitucionalmente. Tres órganos con la obligación de mitigar las diferencias de poder, de riquezas y de esperanzas, en todos los cuales incide el tercer poder del Estado, el Poder Judicial.

No hay dudas que ocupar lugares cimeros en estos poderes, lo mismo que en los mandos altos de los cuerpos castrenses y de la Policia Nacional y otros sectores públicos y privados, representa ejercicio de mucho poder. Un poder transversal a todos.

Por muchos años nuestro Poder Judicial ha estado rezagado. Su credibilidad ha sido su talón de Aquiles. A pesar de lograr aglomerar a su interno calificados y bien formados jueces, no ha podido despertar la fe de sus connacionales ni de los organismos de mediciones nacionales e internacionales. Mucho de ello se debe a decisiones mal tomadas desde la más alta esfera de dirección de ese órgano constitucional, al error en la modificación constitucional del año 2010 que creó un subórgano de ese poder denominado Consejo del Poder Judicial cuyo mayor aporte al sistema de justicia ha sido el constituirse en una cruzada de persecución y castigo para jueces, lo que contribuyó a acrecentar la mala fama del cuerpo y a disminuir y herir a su necesaria independencia decisional.

Hoy sin embargo, aún cuando se procure el desmérito del Poder Judicial para asociarlo a un discurso que de soslayo dañe al gobierno, como parte de una cultura propia de naciones, que como la nuestra, vive en una constante e incesante campaña electoral. Lo cierto es que el Poder Judicial podría estar escribiendo un nuevo y esperanzador capítulo en su historia. Las señales que se aprecian desde su cúpula directiva denotan la aspiración casi sublime de fortificar los dos elementos troncales de todo sistema de justicia, sus dos pilares esenciales, justamente los más atacados por los anteriores gobiernos del Poder Judicial, la independencia y la imparcialidad judicial.

Si bien la presidencia de la Suprema Corte no puede, y no podría jamás garantizar la imparcialidad absoluta de los jueces, ya que es un asunto muy personal y mana de la formación particular y de la personalidad de cada servidor judicial, al menos puede blindar a los mismos para que sean los responsables únicos de sus decisiones, amainando las injerencias internas y foráneas, creando un espacio de ejercicio independiente de la función de juzgar. Y es obvio que se observa dan pasos agigantados hacia esa reivindicación general que a todos beneficia.

Muy pocos días han transcurrido desde que asumió el nuevo presiente supremo y ya se percibe un ambiente marginado de persecuciones, lineamientos y narigoneamientos. Los jueces puede que sean injustos, pero es su propia injusticia la que se aplica sin que sea el resultado de una llamada que procura ese objetivo.

El actual ambiente apunta a que sus propias decisiones servirán para sacar del sistema a los malos y los aún timoratos jueces, y para que trillen una decorosa y brillante carrera, a causa de sus méritos y decisiones, los jueces que se atrevan a hacer uso de la libertad de ser justos que desde la cúspide suprema se les otorga.

En su primer discurso del día del Poder Judicial como presidente de la Suprema Corte de Justicia, el Dr. Luis Henry Molina mencionó varias veces el miedo como escollo para ser verdaderamente justo, y al hacerlo coincidió con todos los que han analizado el comportamiento judicial desde las frustraciones en que se constituye el ejercicio del derecho, en un escenario de árbitros con un miedo tal que ha producido los mayores despropósitos y arbitrariedades. El momento es esperanzador.

Al acto asistieron representantes de todos los poderes, el jefe de Estado y de Gobierno, el presiente del Tribunal Constitucional y el del Superior Electoral, el Procurador General de la República, personas de un gran poder en sus manos. Empero lo que más amé, de la parte protocolar de ese memorable acto, lo constituyó el hecho de que el más encumbrado y poderoso miembro del Poder Judicial no fuera presentado por un maestro de ceremonia afamado, o antecedido en el uso de la palabra por otro miembro supremo o por alguna personalidad sonora, sino que fue antecedido e introducido a dar su discurso por el menos poderoso y más humilde de los servidores de la justicia, por un alguacil. El coprotagonista del evento tuvo que ser un alguacil. Si en fin se trataba de una audiencia solemne.

En definitiva se es poderoso en función y en relación a los más humildes y menos poderosos, y la simbiosis en algunos eventos como este, nos muestra la importancia de cada miembro de la sociedad, con la posibilidad de que el más pequeño pueda ser en un momento el protagonista decisor de un magno acontecimiento. Y todos, en diferentes medidas, podemos contribuir al establecimiento de un espacio de respeto y aplicación de la independencia y la imparcialidad judicial, de brindarnos esa oportunidad.

Compartir:

Publicaciones relacionadas

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba