
Acabando de leer una historia
Por Willy Pérez
Pancho, un señor cuya capacidad económica le hizo merecedor del pronombre “DON”, se creyó más sabio e inteligente que todos sus amigos. Perdió la humildad que tal vez nunca tuvo, pero que el proceso hacia la meta lo hacía parecer un cordero, sin garras, al que cualquiera ayudaba sin poner condiciones.
Pancho, rebosante de humildad y con su estilo peculiar, era un organizador e innovador por naturaleza. Sin lujos que adornaran sus días, era el hombre perfecto para que todo un pueblo creyera en él y lo impulsara hacia sus logros. La esperanza estaba puesta en él, y nadie dudaba de que, al llegar, ayudaría a las personas que construyeron ese camino junto a él.
Finalmente, ocurrió lo que todo el mundo esperaba. Llegó el día en que Pancho, fruto del trabajo colectivo de toda una comunidad, alcanzó la posición más alta que alguien había tenido en el pueblo. Pancho ahora era Don Pancho. Manejaba el negocio que generaba millones y tenía a su cargo a la mayoría de los empleados del pueblo. Era el hombre que podía donar, el que estaba en todas las conversaciones y, como una gran paradoja, el que ahora andaba embriagado de poder.
El juego cambió. Aquel que aparentaba ser humilde sacó sus garras. Las cosas ya no eran iguales: quienes se sacrificaron por él ahora no estaban a su altura. Para referirse a ellos, los calificaba de locos, sin visión, incapaces… Todos los insultos que pudieran existir. Tenían que mantenerse alejados porque Don Pancho debía cuidar su perfil ante el “establishment”.
— ¡Que corra la champaña! Vamos a brindar por la vida. Estas son las personas que siempre debí tener a mi lado. No me exigen, no me molestan, cuidan la empresa y me filtran la información que necesito. Llegaron en el momento indicado —decía el embriagado de poder Don Pancho.
Un día, Doña Lucía se le acercó con un cartón de cervezas que no aguantaba un anote más. Aunque Pancho nunca jugó un número, siempre creyó en esa rifa como el sustento de Doña Lucía. Pero ahora ni siquiera la miró. Ese ya no era un tema en la nueva vida de Don Pancho.
Sus colaboradores más cercanos ahora debían estar llenos de títulos académicos. No se admitía gente sin estudios ni diplomas colgados en sus casas. ¡Ah, perdón! Sí había gente analfabeta cerca de Don Pancho: los buenos contadores de chistes. Esos tenían más notoriedad que cualquier ciudadano que lo había ayudado a alcanzar el calificativo «Don».
Pero en medio de tanta arrogancia, Don Pancho olvidó algo: lo que es prestado, algún día hay que devolverlo. La vida misma es una peregrinación que llega a su fin.
Bajando una cuesta, Don Pancho miraba a un lado y a otro. Veía a sus viejos amigos tomando café, jugando dominó, debatiendo temas de actualidad en las esquinas, mirando juntos deportes en la televisión del colmado… Se estaba desplomando y pedía auxilio, pero nadie le hacía caso. Todos se mantenían en sus posiciones, sin importar que Don Pancho tuviera un cordón de oro en su cuello, zapatos de las mejores marcas o que las papeletas de dinero rodaran a su alrededor. Nadie se fijaba en eso.
Lucía, la última persona que vio en su caída, cuando él la llamó, solo le dijo:
—El chivo se lo sacaron. Ya no tengo venta.
Con mucho espanto, todo sudado y en un silencio aterrador, Don Pancho despertó en su cama de 90×90 en su habitación acondicionada. Justo en ese momento entendió que todo había sido un sueño. Se levantó, se preparó y volvió a encontrarse con sus amigos millonarios. Aquellos que, como era evidente, nunca habían estado con él en sus malos momentos. Porque esas clases de personas no están presentes en las pesadillas.
Allá Don Pancho con su criterio. Muchos han alcanzado el reconocimiento de «Don» y hoy nadie recuerda ni siquiera su nombre.
Esos están reservados para una página en blanco en la historia.