Opiniones

Pasarela de pus

Por Guido Gómez Mazra

Para los estudiosos de las ciencias médicas, la pus es una sustancia estructurada por células sin vida de tono amarillento y, en la medida que se transforma en dolor, envían al cuerpo la señal de infección para establecer la segregación del tejido. Por eso, los comportamientos humanos con similares características tienden a provocarnos desagradables reacciones porque en el orden clínico, la “cura” obliga al uso de compresas con agua tibia para drenar todo el liquido maligno, pero en los mortales, posee la “virtud” de cargar con grado de eternidad toda purulencia revestida de comportamientos aparentemente inofensivos.

Combatir la pus con las herramientas farmacéuticas es vital, lo trágico reside en la capacidad exhibida por almas rotas que, en su desmedido afán de alcanzar metas, no guardan las formas y modelan en la pasarela de la vida con ribetes de indolencia sin tener conciencia del carácter infeccioso y repugnante frente a los terceros que observan alarmados el deterioro del ser humano. El país se están dando gusto, siguiendo el memorial de abyecciones de reconocidos exponentes de la fauna política, obligándonos a la  reflexión que rebasa los ámbitos y pujas electorales debido al recurrente expediente de claudicar y estimular cualquier conducta que sirva de melcochosa al poder, pero esencialmente a preservarse y/o ingresar al presupuesto nacional.

Los lamentables giros de comentaristas, abogados, locutores, economistas que, semanas atrás, encabezaban terribles ataques para disminuir la oferta opositora no se explican ante un sentido elemental del decoro.

Y la única valoración de singulares cambios reside en la noción de ogro filantrópico que describió inteligentemente Octavio Paz respecto del Estado dador de gracias y garante de fatalidades que, por nuestros lares, provocan doblar las rodillas desde el poderoso empresario hasta el humilde obrero. Desafortunadamente, el espectro democrático nuestro no termina de finiquitar la dosis de genuflexión propiciada por 31 años que alcanzó niveles vergonzantes dándole el 26 de mayo de 1933 el rango de Generalísimo, un claustro universitario en octubre 8 de 1934 como Doctor Honoris Causa y el 11 de noviembre de 1932 describiéndolo de Benefactor de la Patria.

Años transcurridos, las loas cambian de destinatario con la fatalidad de transformar al beneficiario de la voluntad popular en un ser humano más cercano al cielo que a la tierra.

Así se reitera todo un rito de pus en busca de las distinciones del poder, los decretos, llenar las plazas gubernamentales que anhelan los que mayor aporte económico hicieron, los innobles recordatorios de los días iniciales y la vergonzosa modalidad de la modernidad que, entrañan las redes sociales, estimulando un modelo de promoción para visibilizar al aspirante a la posición muy competida no por la vocación de servicio sino por las ventajas inimaginables del potencial detentador.

La otra lectura política  del 5 de julio pasado no guarda relación con los esquemas tradicionales, y en el intento, la voluntad de sacarlos no se transforma en endoso total de los elegidos porque el aprendizaje ciudadano enseña sus garras de inconformidad: plazoletas y cacerolas. De ahí, la pertinencia de que el sentido del cambio no nos conduzca por los senderos del calco de hábitos del pasado en rostros nuevos ni posibilitar la disolución de tantas esperanzas creyéndonos que la forma puede sustituir el fondo porque lo que se penalizó en el orden municipal, congresional y presidencial, es la falsificación de las políticas públicas efectivas y creer de manera equivocada que los valores de la gestión se resuelven a fuerza de relaciones públicas. Error total!

Lo castigado electoralmente se “sana” con una auténtica cercanía con la gente, identificarse con los valores democráticos, estructurar un diálogo auténtico y jamás olvidar la base social que, trasladada de la vieja casa al nuevo instrumento partidario, tiene la oportunidad de provocar un renacimiento de la agenda progresista que tanto soñó José Francisco Peña Gómez. De lo contrario, seguiremos asqueados con la pasarela de pus habilitada por el club de eternos oportunistas y presupuestófagos.

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