Opiniones

Carla y los invasores en el bosque del terror

Por Tony Pérez
Suponía que la turba de invasores del “bosque del terror”, como ella misma ha llamado con evidenciada intención a la atractiva finca del doctor Hipólito Santana, en Los García de Pedro Brand, necesitaría tanques de guerra y misiles para repeler los “demonios” y “animales rarísimos” (tal vez, dinosaurios). Pero ocupó las tierras ajenas sin tirar un tiro, y los “diablos” que según ella, allí viven–, a nadie se comieron.

No había terminado el breve velorio a la cajita donde estaban las osamentas de Carla Massiel Cabrera, 10 años, cuando —cintas métricas a mano—, medían su “territorio” y, con desvergüenza sin límite, se lo repartían en “solares de 100 y 150 metros para construir un barrio en honor a ella”. Lo llamarían Villa Carla. “Porque somos padres de familias que no tenemos casas; eso es un bosque del terror, y no enterramos a Carla mientras no venga el presidente Danilo Medina”. Otro capítulo de la novela para justificar un hecho vandálico.

C.M. fue raptada el 25 de junio de 2015 cuando salía de un culto religioso en su comunidad. Los restos fueron desenterrados por las autoridades el 17 de agosto de 2016 en una finca cercana al ranchito donde ella malvivía con su madre y su padrastro; no en la finca del doctor Santana, fallecido el año pasado por un cáncer. Fue Dawin quien admitió que sepultó allí el cadáver; él fue llevado desde el penal La Victoria para ubicar el lugar exacto.

El Ministerio Público le ha formalizado la acusación ante el tribunal. Pero también él tiene que responder por la agresión sexual contra dos niñas de cinco y seis años, 28 días después del rapto. Otro acusado es Juan Cabral Martínez.

Él, sin embargo, ha tratado de quitarse de encima el peso en cárcel que representan los delitos de rapto, violación y muerte de una persona. Primero dijo que entregó viva la niña para que gente poderosa le sacara los órganos, e insinuó que era para trasplantarlos al médico-empresario. Y que se la entregaron muerta con una “herida en j, desde el cuello”, para sepultarla. Que por ello cobró 3,600 dólares a Liliana, la hija del médico. Luego dijo que era para un “experimento rarísimo”. Avezado, inteligente y, quizá, bien asesorado. Pero el tiempo lo desnuda.Los expertos han hablado. La espuma del espectáculo baja, mientras el Ministerio Público ha descartado la versión del tráfico de órganos y, al parecer, tampoco ha hallado vínculo de Liliana con lo descrito por Dawin. El único inconveniente es que, en los medios, hay influyentes desinteresados en admitir el resultado porque choca con sus bocanadas de amarillismo lanzadas a destiempo hacia públicos vulnerables que, sin saber, se han despertado en ira. Y el pánico ha llegado, para desgracia de la sociedad. Porque con él, se agrava el problema.

La realidad de hoy nos manda a una mirada reflexiva, más amplia. Porque, bajo el clima de inseguridad pública, niñas y niños son blanco de bandas de secuestradores (quizás conectadas a presos) que buscan extorsionar a familiares para recibir dinero rápido; de drogadictos depredadores; de grupos “satánicos”; de extranjeros y criollos pedófilos; de cobradores de cuentas del bajo mundo…

Lo otro no es más que ficción de la mala sobre un manto de oportunismo, intereses económicos y un desmedido afán de rating que, al final, enajenan y enferman a la sociedad dominicana.

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