
Retrato de un resentido
Por Guido Gómez Mazara
Yaqui Núñez, arquitecto del buen decir, patentizó una expresión excepcional: amargados del triunfo ajeno. Así, retrataba el desajuste emocional y dolor interno del club de derrotados, definidos en 1939 por Gregorio Marañón en su texto “Tiberio: historia de un resentimiento”. Mucho tiempo ha pasado desde la muerte del ilustre médico español en 1960. Sin embargo, resulta un ejercicio interesante imaginar cuánto material tendría para analizar esas conductas indeseadas si, aterrizando en la patria colocada en el mismo trayecto del sol, conociera a potenciales pacientes afectados por la rabia existencial.
El retrato perfecto del resentido refleja su incapacidad para reconocer el desarrollo de los otros. Esencialmente, cuando los objetivos anhelados no se concretizan, y le dan la sensación de un deseo inalcanzable que, por ironías de la vida, terminan en manos “extrañas”. Esta situación da inicio a la etapa de la acumulación del trauma, fuente de su dolor. Por eso, impugna a quien considera conquistador de sus preseas deseadas. Nunca le pongo caso, porque una opinión pública madura no puede dejarse arrastrar por la amargura de quienes nunca aportaron más que su inconformidad.
En Proverbios 14:30 se consigna que un corazón apacible infunde vida al cuerpo, pero la envidia corroe hasta los huesos. Además, los 19 versículos bíblicos que mencionan la actitud del envidioso, califican su comportamiento de erróneo y conducente a pecar contra Dios.
La reiteración de no alcanzar el éxito en el territorio de lo público, amarga y abruma aún a gente de inteligencia que se vuelve rehén de un rechín avieso.
Desde que salté al servicio público hace 25 años, los decretos que establecieron mis designaciones han servido de fuente de resentimiento para aquellos que aspiraban a las posiciones que ahora conforman mi trayectoria.
En la política vernácula pareciera que cuesta entender que las metas demandan sistematicidad, sacrificios y dedicación. Por experiencia lo sé. Y en las ocasiones en que he atravesado campañas de descrédito, he tenido a la justicia fallando a favor de mi palabra. Porque en democracia, la crítica es saludable, pero cuando el debate público se alimenta del desprecio al logro ajeno, se empobrece el carácter colectivo.
El verdadero liderazgo no florece alumbrando resentimientos, sino fortaleciendo instituciones y abriendo puertas a quienes aporten talento.