Opiniones

El secuestro en la UASD y asesinato del profesor Juniol Ramírez

Los asesinos se emborracharon de poder y se creyeron eternos en la administración pública, como eternos se creyeron también los que se adueñaron totalmente, a través del poder político, de la justicia y de los fondos públicos.

Por  Rafael Nino Feliz

Pudiera empezar hablando de la amistad de Juniol con mi familia y conmigo, pero no se trata ahora de ese aspecto tan importante en la vida de las personas; estamos abordando uno de los asesinatos que más han conmovido la conciencia nacional en toda la historia del país.

Se trata, pues, de analizar un gran crimen desde su más amplia perspectiva de terror y espanto; si pensamos que Juniol fue secuestrado mientras desarrollaba su labor docente con sus alumnos en un aula de la UASD, la principal institución del país cuya imagen, institucionalidad y fuero hasta sus enemigos, que son muy pocos, respetan y temen, entonces podemos concluir que sus asesinos estaban poseídos de la locura diabólica que genera el poder político desviado de sus verdaderos fines y propósitos.

Si pensáramos que ese secuestro, y posterior crimen, fue planificado y ejecutado por funcionarios públicos en pleno ejercicio oficial de sus funciones y desde la propia institución estatal donde trabajaban y, además, el evidente hecho de que había una denuncia pública de corrupción en dicha entidad, todo indica que estamos frente a un hecho complejo sobre el cual la justicia debe actuar de manera ejemplar y sin contemplación, sin importar rangos ni otros detalles siempre «argumentables» desde la sombra del crimen y del poder.

Poseídos de manera demencial con la estúpida y fanática idea vendida por los máximos dirigentes de sus gobiernos -de dieciséis años- y de su partido, en el que se les arengaba en su discurso fanatizante con la falsa idea de que durarían hasta el 2044, los asesinos de Juniol Ramírez se emborracharon de poder y se creyeron eternos en la administración pública, como eternos se creyeron también los que se adueñaron totalmente, a través del poder político, de la justicia y de los fondos públicos, las finanzas del Estado y del pueblo dominicano y actuaron de forma desmedida y arrogante, y establecieron una dictadura de nuevo tipo para engañar al propio pueblo.

El asesinato de Juniol Ramírez no es sólo responsabilidad de los funcionarios públicos y sus aliados acusados e investigados por la justicia, sino también de un gobierno y de un partido que controló el Estado de la manera más engañosa y corrupta que el país haya conocido en toda su historia republicana.

La justicia dominicana está llena de retos y desafíos, pero las investigaciones y las acciones derivadas de ellas sobre el caso de Juniol Ramírez imponen una de las grandes pruebas en el desarrollo de su histórico y patriótico ejercicio que el pueblo y la sociedad han puesto en sus manos.

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